Recuerdo que mi padre tenía unos discos de vinilo con las poesías de Machado cantadas por Serrat.
Aún puedo evocar el crepitar del disco gastado en el tocadiscos; el olor de la funda; el color desvaído de la fotografía interior, un solitario arado clavado en la tierra que, hoy lo comprendo, no era una imagen gratuita. Finales de los años setenta.
Aquellas melodías llenaban las habitaciones de la casa, repletas de palabras que yo no entendía, pero que repetía de memoria con un placer inconsciente y puramente sensorial. Durante años, y probablemente estimulado por aquel disco, ya había tenido tiempo de leer varias de sus obras y conocía de memoria pasajes de sus poesías y la magnitud humana e histórica del personaje.
Pasaron los años y en el último año de bachillerato tuve que hacer un examen sobre la obra de Antonio Machado. “Esta es la mía”, me dije. “Voy a sacar un diez”. Recuerdo que me apliqué en redactar cada frase concienzudamente, con un estilo que fuera digno de tan alta personalidad literaria. Me detuve en incluir detalles que iban más allá del libro de texto que nos habían encomendado. Es más en los días previos al examen, comentaba a mis compañeras más cercanas lo mucho que me gustaba ese tema y alardeaba de conocimientos. Ellas me escuchaban con una mezcla de aburrimiento e ironía y se quejaban del “pestiño” que era aquel tema y aquella asignatura en general
Sin embargo, ¿adivinan cual fue mi nota?, no obtuve más que exiguo cinco y medio. De nada me sirvió incluir detalles que se salían del estricto temario que había que recitar, ni incluir mis impresiones personales sobre su figura y su obra. Cuando acudía a pedir revisión de examen, el profesor me miró extrañado y con malas formas me mostró algunos de los detalles “imprescindibles” que yo había, efectivamente, olvidado. “¿Cómo tienes la osadía de venir a reclamar”, me soltó. Anda vete de aquí y céntrate que es lo que tienes que hacer.
Algunos de mis compañeras obtuvieron notables e incluso sobresaliente. Habían cubierto el estándar requerido. ¡Pero que no les hablaran más de Machado!. Por fortuna, aquella pequeña frustración no hizo mella en mi interés por este autor y hoy sigo disfrutando y aprendiendo de su obra y de su vida.
A veces tengo la impresión de que la escuela es una especie de factoría de expedientes administrativos en los que una serie de funcionarios en prácticas (alumnado), tiene que resolver formulario tras formulario atendiendo a requerimientos específicos que van generando un registro de su idoneidad para promocionar a la siguiente etapa. Esta selección de contenidos y tareas, al final, no es sino un fragmento del como diría Borges “el incesante y vasto universo” y es esta muestra aleatoria la que determina si uno es digno o no de ser tildado de competente.

Es necesario comprender que el cambio verdadero en la organización escolar pasa por comprender que la evaluación de las competencias no puede ser la calificación de tareas rígidas, encorsetadas en el paradigma de los libros de textos. Estas pruebas de evaluación y, sobre todo, la forma de evaluarlas/calificarlas no son más que una muestra.
Evaluar debe ser una oportunidad para reconocer y celebrar la diversidad de los educandos, su progreso en una realidad física y cultural que no es rígida, ni encorsetada, ni, por supuesto, estática. El universo es cambiante, complejo y compuesto de innumerables facetas. Así mismo los humanos somos poliédricos y atesoramos multitud de facetas y posibilidades que no siempre se someten ni afloran en situaciones de evaluación estandarizadas. El objeto de evaluación debiera ser la progresión del alumnado no con respecto a un referente limitado, sino la progresión de sus distintas facetas con respecto a un horizonte de referentes rico, variado y más cercano a los intereses y las realidades de los educandos.
En aras de este propósito, los docentes deberíamos de dotarnos de herramientas de evaluación que “sepan mirar, buscar, encontrar y compartir” esos caminos que cada niño o niña está recorriendo, y que no siempre son los mismos. Sería ingenuo pensar que el progreso, el aprendizaje y el disfrute de cada alumno/a discurre por la misma senda.
Cada alumno, cada alumna, está recorriendo caminos personales dentro de universo común, cada uno está paseando por el jardín haciendo un distinto recorrido. Algunos se han detenido en la fuente y contemplan extasiados como un pajarillo se detiene a beber en ella. Otro se subió a un árbol y desde allí obtuvo una visión general del jardín. Otra recorrió todos los caminos a gran velocidad mientras reía y jugaba. Otro juega con la arena y, con las manos llenas de barro, construye un mundo imaginario de figuras. Por último, dos amigas cogidas de la mano, se acercan a las flores y aspiran su aroma… Todos y todas están creciendo, celebrando un encuentro con la realidad que, si no somos capaces de reconocer y de poner en valor, quedará excluido del encuentro común que podría ser la evaluación.

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