La sociedad actual es una sociedad caracterizada por la incertidumbre, el cambio global y la era digital. En este contexto, según Ángel I. Pérez Gómez, tres competencias primordiales deberán ser desarrolladas por el sujeto.
LA MENTE CIENTÍFICA Y ARTÍSTICA
Es la capacidad de utilizar y comunicar el conocimiento de manera disciplinada, crítica y creativa. La labor de las escuelas no debe centrarse en ofrecer contenidos, sino en que los alumnos hagan un uso reflexivo y productivo del conocimiento. No hay verdades absolutas ni para siempre, el conocimiento deberá estar sometido a una revisión permanente. Cualquier teoría debe estar sometida a la crítica.
La tarea de la escuela contemporánea no es llenar de contenidos las mentes de los discentes, sino ayudarles a utilizar dichos contenidos de manera reflexiva. La escuela deberá enseñar a sus alumnos a usar el conocimiento para comprender, planificar (¿qué hacer?, ¿cómo hacerlo?), hacer (hacer lo planificado), verificar (¿sucedió todo conforme a lo planificado?) y actuar.
El conocimiento no debe ser la acumulación de datos sino la organización significativa de los mismos, a través de mapas, esquemas y modelos mentales, conscientes e inconscientes, que orientan nuestro proceder.
Es la capacidad para vivir y convivir en grupos humanos cada vez más heterogéneos. Esta capacidad tiene una triple dimensión: respeto, comprensión y empatía.
Aprender a convivir con los demás seres humanos y con las normas y los límites de las culturas es un proceso que, lejos de resolverse en un grado académico, lleva toda la vida. Asumida esta premisa, si que podemos conceder a la escuela el valor de ser un “escenario privilegiado” que siente las bases de este proceso de aprendizaje, acaso sea un “escenario a la fuerza”, y aún en aquellos modelos escolares que priorizan lo académico sobre lo social, generan inevitablemente en los educandos una suerte de aprendizaje social que, sin duda, ejerce enorme influencia en la construcción de su mente ética y social.
El problema que tiene que afrontar la escuela, enunciado en términos atrevidamente filosóficos, es el de la dialéctica “sujeto-objeto”. Todos somos sujetos que ejercemos desde pequeños nuestra subjetiva y, progresivamente, vamos adquiriendo conciencia de esa, nuestra naturaleza individual, inmersa o atrapada en una naturaleza objetiva (objeto).
Quizás el mayor grado de evolución en la construcción de la mente ética sea aprender a ser sujeto que necesaria y diariamente tiene que enfrentarse al careo con el objeto, lo ético, lo justo, la equidad. No renunciar a ser sujeto, mientras se reconoce al objeto. Ser libre, a la vez que se es justo. Ejercer la libertad como ejercicio de la felicidad individual; ejercer la justicia, como ilusión de la felicidad colectiva.
LA MENTE PERSONAL
La tercera es la capacidad para pensar, vivir y actuar con autonomía y construir el propio proyecto. El desarrollo autónomo, la autodeterminación, supone identificar los propios patrones conscientes e inconscientes de interpretación y actuación y, en su caso, deconstruir, desaprender y reconstruir aquellos que se muestren obsoletos o impidan el progreso del propio proyecto vital.
Aprender a construir la identidad personal de forma libre a la vez que congruente con los entornos socioculturales en los que viven los seres humanos es un reto para la escuela. El entorno escolar, al menos cuando en la etapa obligatoria, ofrece un derecho a la vez que una obligación. De esta paradoja emana la enorme dificultad de facilitar el desarrollo de la mente personal liberta de las constricciones del sistema.
Obviamente la adquisición de esta libertad no espontánea o gratuita, sino consecuencia de un proceso de liberación crítico y disciplinado, es decir, no es un hecho que pueda suceder de manera espontánea. El filósofo José Antonio Marina alumbra esta discusión cuando establece la dialéctica entre heteronomía y autonomía. Es deseable que todo ser humano sea autónomo, tome sus propias decisiones de forma libre, pero, ¿es posible tener autonomía sin haber sido heterónomo?.
Más allá del reconocimiento de la necesidad de partir de la heteronomía en las etapas iniciales de la formación, el núcleo de la reflexión quizás esté en que los docentes, y también los padres y madres, aprendamos a regular ese proceso de adquisición gradual de la autonomía según los ritmos y las necesidades de cada sujeto y cada contexto. Sin embargo encontrar algoritmos que regulen el inevitable tránsito a la deseable autonomía parece una tarea complicada.
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