En la primera sesión de
la asignatura se trató de delimitar los conceptos de socialización, instrucción y educación. Parecía apremiante
definir el significado de educación para poder diferenciarlo del resto de sinónimos
que orbitan en su mismo universo.
La socialización, a mi
juicio, constituiría el gran megaconcepto que engloba a los demás, determina el aprendizaje de nuestra cultura también denominado “enculturación”. La socialización consiste en la interiorización de normas,
valores, creencias de forma inconsciente y acrítica. Para Marvin Harris, el proceso de enculturación es un
proceso trans-generacional por el que la cultura se transmite de una generación
a otra a través de un sistema de premios y castigos a los
niños. De tal forma que se refuerza con premios las conductas que llevan a
conservar las creencias y tradiciones vigentes, mientras que se inhiben, se
frenan, las conductas que suponen una discontinuidad con lo establecido.
El
proceso de socialización construye el armazón primordial de una sociedad y se promueve
con el aprendizaje espontáneo del lenguaje y de un amplio código de valores,
creencias y normas que se trasladan de una generación a otra. En este mecanismo
de transmisión juegan un papel muy importante aspectos tan transcendentales
como clase social, el género, el grupo, etc., que asimismo, serán instrumentos de
diferenciación. No en vano la inequidad social es inherente al propio proceso
de socialización, proceso extraordinariamente reticente al cambio.
El calado cultural de la
socialización determinará en el medio y largo plazo el desarrollo de los procesos pedagógicos, relativos
tanto a la instrucción como a la educación.
La instrucción, sería el proceso formalizado de transmisión del conocimiento necesario
para vivir y ser útil en la sociedad, se trata pues del verdadero mecanismo que
asegura la competitividad de las sociedades en el escenario neoliberal en el
que vivimos, superada la etapa de la instrucción generalizada para todos, hoy en día
cobra mayor importancia la especialización de la instrucción.
La educación, desde mi punto de vista, conlleva una mayor complejidad que la socialización y la instrucción, por tanto que implica un proceso de transmisión cultural, consciente
e institucionalizado. Gran parte de los problemas a los que se enfrenta la
escuela devienen de la asincrónica relación de estos tres aspectos.
Apunta Ángel I. Pérez que la educación debe ejercer una función socializadora, transmisora de cultura, preparar al capital humano, compensar las desigualdades de cuna. A pesar del desarrollo tecnológico es imprescindible la función social de la escuela para preparar al individuo para un mercado laboral cada vez más emergente.
Sólo es posible desarrollar la tarea
educativa cuando la escuela sea capaz de promover y facilitar el surgimiento del
pensamiento autónomo, cuando facilite la reflexión, la reconstrucción cociente y
autónoma del pensamiento y de la conducta que cada individuo ha desarrollado
a través de sus intercambios espontáneos en su proceso de socialización.
En esta primera sesión de trabajo, también, debatimos acerca de los aspectos negativos y positivos de nuestra vida académica, abriéndose un amplio debate en torno a esta temática enriquecido por las perspectivas individuales de los participantes.
Yo recordé las palabras de Antonio Machado, puestas en boca de Juan de Mairena, tal vez reproducidas por algún profesor que conocí:
Pláceme
poneros un poco en guardia contra mí mismo. De buena fe os digo cuanto me
parece que puede ser más fecundo en vuestras almas, juzgando por aquello que, a
mi parecer, fue más fecundo en la mía. Pero esta es una norma expuesta a
múltiples yerros. Si la empleo es por no haber encontrado otra mejor. Yo os
pido un poco de amistad y ese mínimo de respeto que hace posible la convivencia
entre personas durante algunas horas. Pero no me toméis demasiado en serio.
Pensad que no siempre estoy seguro de lo que digo, y que, aunque pretendo
educaros, no creo que mi educación esté mucho más avanzada que la vuestra. No
es fácil que pueda yo enseñaros a hablar, ni a escribir, ni a pensar
correctamente, porque yo soy la incorrección misma, un alma siempre en
borrador, llena de tachones, de vacilaciones y de arrepentimientos […] Para los
tiempos que vienen, no soy yo el maestro que debéis elegir, porque de mí sólo
aprenderéis lo que tal vez convenga ignorar toda la vida: a desconfiar de
vosotros mismos.
(Antonio
Machado: II Prosas completas. Espasa Calpe, pp. 1932-1933).
Gracias por tu aporte
ResponderEliminar